Reseña del libro «El emperador Juliano: de la historia a la ficción» en Minerva. Revista de Filología Clásica

Reseña del libro «El emperador Juliano: de la historia a la ficción» en Minerva. Revista de Filología Clásica

Compartimos con vosotros una reseña del libro El emperador Juliano: de la historia a la ficción de Alberto J. Quiroga Puertas, aparecida en el Núm. 36 (2023) de MINERVA. Revista de Filología Clásica, publicada por la Universidad de Valladolid.

Reseña de Rosa Sanz Serrano


La bibliografía sobre la vida y la obra del emperador Juliano es exhaustiva. La peculiaridad de este emperador del siglo IV ha dado como fruto una cantidad ingente de trabajos en distintas lenguas y distintos formatos, bien para presentar una panorámica general del personaje, bien con análisis pormenorizados de los más diversos aspectos de la historia de su tiempo. Pues la figura de este emperador denominado por la historiografía como “el apóstata” ha sido una de las más controvertidas en la historia de los estudios sobre la Antigüedad, similar a la de personajes como Alejandro Magno o el emperador Constantino. El mismo Quiroga Puertas señala en la introducción de este libro cómo el profesor de la Complutense -y querido maestro- Santiago Montero Díaz aseguró a Fernando Savater que dejó de escribir sobre Juliano porque llegó a la conclusión de que era un “imbécil”. Y lo hace como colofón de un estudio que considero un exitoso intento de demostrar lo contrario al presentar al lector la complejidad de su personalidad y su obra y lo que considera “la variedad de enfoques y posicionamientos metodológicos” de las fuentes y sus analistas. Desde las posiciones favorables de los autores paganos como Amiano Marcelino o Libanio de Antioquía, hasta los furibundos ataques de los cristianos Gregorio de Nacianzo, Juan Crisóstomos, Sozómeno o Sócrates Escolástico, éstos últimos potentes enemigos ideológicos que dominaron el discurso histórico y marcaron las líneas de estudio en los siglos posteriores a su muerte. El interés del autor de reunir las distintas interpretaciones documentales sobre el personaje se combina con la presentación al lector de las posturas más actuales, en especial los últimos trabajos de estudiosos como J. Bidez, R. Browning, G. W. Bowersock, P. Athanassiadi, y los más recientes de K. Rosen, K. Bringmann, S. Tougher, A. Marcone y en el ámbito español de J. Arce y M. Díaz Bourgeal quien recientemente ha realizado una tesis doctoral ―con una metodología innovadora― sobre las redes sociales que lo apoyaron en su empresa de gobernar el imperio romano. De esta manera, lo que en su concepción debía ser un libro de divulgación supera ampliamente esta intención y nos adentra en las distintas problemáticas que dominan los actuales estudios sobre el emperador Juliano, sobre la proyección de su figura en la literatura posterior y “la dimensión de su transformación de personaje histórico en arquetipo literario”.

Con estos principios metodológicos ha sido capaz de expresar en un lenguaje asequible los resultados de muchos trabajos académicos y de años de investigación personal. Pues la facilidad de su lectura no atomiza un análisis riguroso y muy bien documentado (fuentes e historiografía) que permite abordarlo sin dificultades a quienes desconocen las particularidades de este campo de estudio dentro o fuera del mundo académico.

El libro está organizado en tres partes: la dedicada a la vida de Juliano, el relato de su obra literaria y la recreación de su figura después de su muerte. En la primera de ellas aborda la narración de la vida de Juliano desde su infancia hasta su muerte con apenas treinta y tres años, y presenta las controversias documentales en episodios como la matanza de sus familiares cuando todavía era un niño —incluido su padre Julio Constancio, que favoreció el mandato de su primo el emperador Constancio II— y el impacto que este hecho pudo tener en su niñez y juventud, como también la ejecución de su hermano Galo después de haber sido nombrado césar para el gobierno de Oriente. Episodios relacionados con el mantenimiento en el poder del único hijo con vida del emperador Constantino I, un soldado que había fundado su dinastía después de cruentas guerras civiles y de la usurpación del Imperio a los hijos legítimos del emperador Constancio Cloro entre los que se encontraba el padre de Juliano. En este contexto, el autor analiza las razones de Constancio II para mantener con vida a sus primos Juliano y Galo en el destierro en la finca imperial de Macellum en Asia Menor y de la confianza depositada en ellos con su nombramiento como césares. Aborda igualmente la influencia que esta etapa de la niñez y juventud tuvo en la política posterior de Juliano, en especial las enseñanzas recibidas de su pedagogo Mardonio basadas en la paideia clásica y las lecturas de libros de tradición pagana y cristiana a los que tuvo acceso en la biblioteca del obispo Jorge de Capadocia. Lecturas que le permitieron conocer el pluralismo religioso de un mundo en transformación y elegir posteriormente un camino distinto al de la dinastía reinante. Atribuye Quiroga Puertas a esta época de autodidacta, en coincidencia con muchos autores, la falta de organización metodológica de su pensamiento y juicios que Juliano traslada a sus a veces farragosos discursos, aunque admite en Juliano una sólida formación intelectual y filosófica. Una formación enriquecida y en parte moderada en su etapa de estudios en los principales centros de retórica que visitó después de ser liberado del encierro de Macellum. En ella se consolidaron las ideas que intentó poner después en práctica gracias a su relación con los principales maestros y filósofos de su tiempo que terminaron de componer su personalidad: en Constantinopla Temistio, Nicocles o Hecebolio; en Nicomedia Libanio a cuyas clases no asistió pero si consultó sus apuntes; en Pérgamo Edesio de Capadocia, Eusebio de Mindo y Crisantio; en Atenas Proheresio e Himerio. Pero sobre todo ejercieron una influencia especial los conocidos filósofos neoplatónicos y teurgos Máximo de Éfeso y Prisco, además del médico Oribasio que le acompañaron en su aventura política. Hasta el punto de que Quiroga Puertas admite que la apostasía de la fe cristiana a la que pertenecía su dinastía se debió de producir al contacto con estos últimos y no en Macellum como el mismo Juliano pretende defender en una de sus obras. Aunque admite la imposibilidad de poder definir lo que era o no cristiano o pagano en un mundo de continua transformación y de pleno cambio ideológico donde el neoplatonismo era una especie de pensamiento intermediario entre ambos mundos. También considera como el momento clave para su cambio ideológico y político la ejecución en Milán de su hermano el césar Galo ―después de haber sido acusado por sus enemigos políticos de traidor en su sede de Antioquía― cuando el mismo Juliano fue sospechoso de traición antes de su nombramiento como César gracias a la intervención de la mujer del emperador, Eusebia, con la que tenía una cierta relación académica y epistolar.

El segundo capítulo lo dedica a la presentación de su etapa como césar en la Galia donde se produjo la transformación de un intelectual, con aspiraciones a filósofo, en un militar y gobernante capaz de poner en orden en muy pocos años el limes renano-danubiano donde grupos de gentes procedentes del Barbarico se habían asentado en etapas anteriores. La exposición de los hechos está bien organizada, pero, si bien es cierto que un análisis detallado de estar circunstancias hubiera superado el marco programado para esta obra, se echa en falta un análisis de las razones de la presencia de estos grupos como consecuencia de tratados de colaboración (foedera) pactados con los emperadores que dominaron la Galia en el siglo III (el Imperio Gálico) y de la incorporación de mercenarios a sus tropas realizada por algunos usurpadores del siglo IV. La falta de legalidad de estos asentamientos para el emperador Constancio II fue el motivo de las campañas militares contra quienes fueron considerados como invasores ilegítimos de esos territorios y motivaron la exitosa presencia de Juliano en las provincias occidentales. Por el contrario, en el capítulo sí se refleja la falta de autonomía de Juliano para el gobierno de la Galia y la dirección de las campañas militares bajo la supervisión de gobernadores y mandos que dependían de las órdenes de Constancio, lo que Juliano superó rodeado de sus partidarios y maestros, y ganándose la confianza de los soldados. Sus grandes éxitos militares organizados desde sedes como Vienne, Sens o Lutecia (París) como él mismo y Amiano Marcelino los presentan, aunque una parte de ellos no pasaron de ser confrontaciones locales, le permitieron expulsar o “liberar” ciudades como Colonia del dominio de contingentes bárbaros, principalmente alamanes y francos, y realizar incursiones violentas al otro lado de las fronteras con la finalidad de proveerse de hombres, alimentos y esclavos, entre los años 355 al 359. Quiroga resalta las victorias, en especial la batalla de Argentoratum del año 357, y la confianza de su ejército como esenciales para entender la autoproclamación de Juliano como emperador en París con el apoyo de sus fieles soldados de procedencia bárbara y según mi criterio a la manera más usual de los grandes usurpadores del siglo III. Introduce también el debate historiográfico sobre las características del pronunciamiento militar y los esfuerzos de Juliano por negarlo y a la vez justificarlo en las cartas enviadas a las ciudades de Oriente, especialmente la dirigida al pueblo y el senado de Atenas, ciudad en la que había estudiado. Carta que le daba pie para pronunciarse por primera vez sobre el asesinato de sus familiares ordenado por Constancio II, al tiempo que iniciaba su marcha por el limes renano-danubiano en un claro reto al emperador. Sólo la muerte de éste en el otoño del año 361 en Cilicia evitó la guerra civil, pero en su libro Quiroga Puertas deja sin resolver las razones y la posible existencia de partidarios de Juliano en el ejército y la corte imperial de Oriente.

Los capítulos 2 y 3 de esta primera parte se concentran en los principales actos de gobierno de Juliano como emperador y su final en el contexto de la campaña contra los persas. Quiroga resalta su intención de revolucionar la estructura del estado con las bases de la filantropía y la vuelta al mos maiorum (lo que podríamos llamar Constitución actualmente que no existía escrita entre los romanos) que creía violentado por los emperadores de la dinastía cristiana de Constantino. Además de señalar el respeto al emperador muerto en su funeral destaca los llamados juicios de Calcedonia que sirvieron para depurar la corrupción de la corte con la expulsión de barberos, cocineros, escanciadores y eunucos, y el nombramiento de altos cargos entre sus partidarios como los prefectos del pretorio Salustio y Mamertino y los magistri Nevita y Jovino. También incluye la condena a muerte de los baluartes de la persecución religiosa y la obstrucción política que fueron el agens in rebus Paulo Catena y el eunuco Eusebio, las medidas para castigar a quienes habían saqueado los fondos públicos de las ciudades y a los prevaricadores y su intento de fortalecer a las curias municipales de Oriente. En el libro destaca sobre todo su política religiosa por ser la que determinó los peores ataques contra su persona en las fuentes cristianas y en la historiografía posterior. Hasta el punto de considerarlo como un nuevo perseguidor comparable a Nerón o Diocleciano y de poner en su boca la promesa de acabar con todos los cristianos a su vuelta de la guerra contra Persia y de restaurar con este fin el templo de Jerusalén entre otras amenazas. En el capítulo tercero tiene cabida la crítica recibida, incluso en fuentes como Amiano, por su decreto contra la enseñanza pública de los maestros y rétores cristianos con el argumento de que nadie podía enseñar aquello en lo que no creía (con referencia a la formación tradicional frente a la cristiana), pero también la obsesión por rendir culto a los dioses y la celebración de grandes hecatombes en constantes sacrificios que, en mi opinión, también estaban destinados a mantener la moral en el ejército y de paso proveerlo de las proteínas que necesitaba. Quiroga Puertas señala algunas de las obras de Juliano como los discursos a Helios y a la Madre de los Dioses como representativos de su apoyo al paganismo, junto con una parte de la literatura epistolar dirigida a frenar las disputas religiosas, recuperar el culto en los templos, controlar al sacerdocio y pedir al pueblo romano una mayor dedicación a su dioses y una mayor participación en las labores de ayuda a los necesitados, como serían los ejemplos de las epístolas a los habitantes de Bostra o a los sumos sacerdotes de Asia y de Galacia. Como también demuestra la prohibición de realizar los rituales funerarios durante el día, como era la costumbre cristiana, considerada por los romanos como contaminante y causante de alteraciones en la vida diurna. Todas estas cuestiones están acompañadas de las principales opiniones historiográficas antiguas y actuales que permiten al lector adentrarse en un debate que está en la base de la propaganda antijulianea posterior.

El capítulo cuatro es una narración sencilla de la campaña militar en Persia que costó la vida a Juliano. Inicia el relato con su salida de Antioquía de Siria, el punto de encuentro del ejército y la ciudad que había determinado la condena a muerte de su hermano Galo. Ciudad donde se repitió la causa del conflicto con la subida de los precios de los alimentos que beneficiaba a la nobleza productora de grano y a los comerciantes y perjudicaba a los ciudadanos y a las tropas. Sin olvidar que esta ciudad era de mayoría cristiana y veía con reticencia los numerosos sacrificios practicados por su soberano. Pero es difícil condensar en apenas diez páginas la problemática de la guerra contra los persas y la muerte de Juliano si tenemos en cuenta los prolíficos relatos de Amiano Marcelino y el propio Juliano. En este sentido el esfuerzo del autor es encomiable al sintetizar con maestría los sucesos más importantes en el camino de Juliano hasta Ctesifonte, una de las capitales del rey Sapor II, que están narrados en extensión por Amiano Marcelino. Desde su salida de Antioquía el 5 de marzo del año 363 bajo los peores augurios, hasta algunos pormenores de la campaña que fue un descalabro militar, los asaltos a ciertas plazas defensivas, los errores estratégicos como quemar las naves para impedir deserciones o el hambre desatada por la política de tierra quemada de los persas; como también la presentación de algunos debates historiográficos sobre la misma y las razones que lo llevaron a realizarla (desde quienes lo vieron como un iluminado siguiendo los caminos de Alejandro Magno, a posturas menos poéticas como el intento de emular a los emperadores cristianos). Sin embargo, se echa en falta en su estudio un análisis más desarrollado de las discrepancias dentro de los mandos del ejército y de los soldados con su emperador, las diferentes fidelidades de los contingentes legionarios y de las tropas auxiliares bárbaras, en especial sus scholae palatinae, o las posturas discordantes entre el ejército procedente de la Galia, mucho más incondicional, y el oriental que anteriormente había servido a Constancio II. Como también los diferentes intereses entre los mandos paganos y cristianos que personalmente considero decisivos para explicar su muerte. Una muerte sobre la que Quiroga Puertas presenta los principales textos e interpretaciones, incluida la sospecha de una traición dentro de sus propias filas cuando Juliano irrumpió en pleno corazón de la batalla sin coraza ni casco (a la manera en que se representa a Alejandro Magno en el mosaico de época romana atribuido a la batalla de Issos) y fue atravesado por una lanza. De nuevo un análisis de los elementos que componían el ejército, entre ellos un número considerable de cristianos, explicaría más claramente el que la sucesión no recayera en su candidato y pariente lejano Procopio, sino en mandos cristianos reconocidos como Joviano y Valentiniano I. Aunque el desarrollo completo de estas problemáticas requiere un exhaustivo análisis prosopográfico de difícil cabida en un libro de estas características.

El segundo bloque de capítulos (5 y 6) está dedicado a la obra literaria de Juliano de la que se resalta la variedad de géneros que Quiroga Puertas por su formación académica conoce muy bien. El autor admite en el emperador una gran educación intelectual productiva y erudita, también como retórico y filósofo, paralela a una personalidad compulsiva y se adhiere a la opinión de Athanassiadi de relacionarla con los distintos momentos anímicos que vivió, tanto en sus discursos como en su abundante obra epistolar. En esencia destaca la fuerte carga política que domina prácticamente en todos sus escritos, algunos de los cuales considera “máscaras literarias” o estrategias retoricas utilizadas cuando su posición no le permitía una crítica abierta a su primo el emperador. Así se comprueba en los elogios a Constancio II compuestos entre los años 355 y 358, a la manera de los más puros panegiristas de la época, con la diferencia de que en el primero de ellos y cuando su vida dependía plenamente de las decisiones imperiales, las alabanzas a la capacidad moral, militar y también intelectual del emperador contrastan con los discursos compuestos tras su pronunciamiento militar cargados de críticas y acusaciones del asesinato de su familia. Aunque el autor considera que la segunda de sus oratorias Sobre la Realeza parece responder mejor a la intención de reivindicar sus actuaciones personales en la Galia como césar sin la tutoría de Constancio II y en cierto modo se trataría de una velada justificación de su posterior pronunciamiento. Muy distinto según su criterio es el Elogio de la emperatriz Eusebia a la que Juliano tenía que agradecer el apoyo que le había permitido estudiar en las mejores escuelas de retórica y el haberle librado de la muerte aconsejando su investidura como césar. En esta línea se situaría su Consolación a sí mismo por la marcha del excelente Salustio, amigo personal e importante colaborador en Galia que fue apartado de su lado, obra que el autor considera alimentada “de los tópicos y símiles retóricos de una larga tradición literaria consagrada a la celebración de la amistad como un bien capital” y en la que Juliano incluye una fuerte carga acusatoria de la soledad en la que se le pretendía mantener. Cierra el capítulo con una de las obras políticas más importantes de Juliano, precisamente la dirigida Al Senado y al pueblo de Atenas que considera una mezcolanza de géneros. Escrita en el contexto previo a la guerra civil contra Constancio II, la considera el manifiesto justificativo de su pronunciamiento militar en el año 361 y el relato más claro de las consecuencias de la matanza de su familia que tanto le marcó cuando era niño. En ella se encuentra igualmente la narración de los conflictos entre su hermano Galo y el entonces emperador y del aislamiento a que se le condenó en Galia a su llegada y el posterior intento de dejarlo sin las tropas más fieles que reclamaba fueran enviadas a Oriente. De manera que en su discurso se encuentra la justificación más argumentada de sus derechos a pronunciarse contra Constancio II y una invocación según Quiroga Puertas a la justicia con la que pide se juzgue la situación.

El capítulo sexto presenta parte de la producción relacionada con la política religiosa de Juliano en una selección que considero muy acertada. Como su carta al rétor Temistio, a quien agradece el haberle apoyado, o sus discursos Contra el cínico Heraclio y Contra los cínicos, escritos cuando ya era emperador y elaborados como crítica a esta corriente filosófica con la interesante propuesta del autor de poder tratarse de ataques a una filosofía muy distinta al neoplatonismo y a una forma de pensamiento y de vida muy semejante al cristianismo primitivo, muy alejados del programa regenerador y reformador de la vida religiosa ―yo añadiría con un carácter más cívico y político― que Juliano pretendía. Dentro de su programa se inscriben otra serie de obras como la dedicada A la Madre de los Dioses o el discurso dedicado Al dios Helios que son claros exponentes de su reivindicación de la cultura helenística y de su “programa de regeneración religiosa del Imperio” bajo los principios del neoplatonismo y en contraste con la estrategia de los emperadores cristianos. Pero es en su discurso Los Césares donde se perfila mejor su pensamiento político y yo diría que el rencor hacia la dinastía causante de las desgracias familiares. Aparte de dejar constancia en él de su admiración hacia emperadores como Adriano y Marco Aurelio, modelos para Juliano del emperador filósofo, se pronuncia sin complejos contra Constantino I y su dinastía. Como resalta Quiroga Puertas, que incluye la obra en el género del diálogo, encierra un gran simbolismo la elección realizada por Sileno de seis gobernantes para exponer sus políticas ante el tribunal de los dioses encargados de elegir al mejor emperador. En este escenario, la presentación de la figura de un Constantino I como mal militar y peor persona en comparación con, por ejemplo, Marco Aurelio, demuestra sin duda el mensaje que la obra proyecta. Un caso singular en cuanto a la intencionalidad de sus escritos lo encuentra en el Misopogon o El enemigo de la barba que escribió como un género de humor al estilo de Alceo durante su estancia en Antioquía. Ante la crítica de los antioquenos del aspecto físico y del carácter inquieto de Juliano, en el discurso, basado en la ironía, desarrolla un sarcástico ataque a sus detractores, en especial a lo que considera su depravación moral por la afición a los bailarines, mimos, teatro y orgías, en contraste con la suya dedicada a la defensa de los valores del helenismo y con su código ético aprendido de los filósofos griegos. Más directa es su crítica a los cristianos en su Contra los Galileos por las fantasías de su dogma y de los relatos bíblicos que Juliano conocía bien como consecuencia de sus lecturas durante su estancia en Macellum. Por último, nuestro autor deja constancia de la abundancia del corpus epistolar de Juliano, muy difícil de identificar en número y autenticidad por su complejidad, una buena parte de él dirigido a familiares y amigos repartidos por todo el orbe romano. Aunque dentro del género de la epistolografía, propio de una conversación privada e íntima, admite el recurso a distintas formas literarias y le considera el reflejo de su amplia cultura, de sus pensamientos, personalidad, angustias y fantasmas, como también de sus preocupaciones políticas, sociales y religiosas. En consecuencia, este capítulo es uno de los más sugestivos del libro por su originalidad y por el fino análisis que realiza de los diversos escritos, aunque es de lamentar que el autor haya visto limitado el número de páginas donde poder expresar en extensión los contenidos de las cartas y su relación con el trasfondo histórico que las hicieron posibles.

La tercera parte del libro (capítulos 7 y 8) denominada “El emperador Palimpséstico” se concentra en la representación y la construcción de la figura de Juliano a lo largo del tiempo. Comienza con un bello poema testimonial de Cavafis, “La mistificación de Juliano”, en el que se dibuja el antagonismo entre la alegría de los cristianos ante la Santa Cruz llevada en procesión y la muerte del impuro Juliano y el gobierno del piadosísimo Joviano (el cristiano que tomó el poder tras su asesinato en Persia). A partir de él, Quiroga Puertas presenta una serie de interesantes reflexiones sobre la manipulación sufrida por la imagen del emperador y reconoce la incapacidad de abarcar esta compleja problemática en tan pocas páginas cuando los intentos de Braun y Richer en el año 1978 dieron como resultado una obra voluminosa. A pesar de ello, es muy sugestivo su breve recorrido por las fuentes cristianas de los siglos IV y V y por los testimonios literarios posteriores ―desde Alfonso X a figuras como Lorenzo Medici o Michael de Montaigne y Lope de Vega― que enfrentaban a Juliano con el santo mártir Mercurio o con el asceta Jerónimo y otros ejemplos de héroes y pensadores cristianos, como símiles de la lucha del bien contra el mal y el triunfo del cristianismo en el mundo. Esta parte se complementa en el último capítulo de la obra titulado “Juliano en su laberinto” donde encontramos referencias a las principales obras literarias que se han ocupado de su figura desde el siglo XVIII. Entre las que cabe destacar Emperador y Galileo de Henrik Ibsen, el Juliano del griego Nikos Kazantzakis, La muerte de los dioses del ruso D. Merezhkovski y, por supuesto, la novela traducida al castellano Juliano el Apóstata de Gore Vidal entre otras. Añade la sorprendente escasa manipulación ejercida por la industria cinematográfica en el caso aislado de la producción Giuliano l’Apostata dirigida por Ugo Falena en el año 1919, donde se exprime su relación amorosa con la emperatriz Eusebia, y el poco impacto de su figura en el campo artístico del cómic con apenas dos ejemplos. Respecto al género del ensayo se centra Quiroga en el discurso sostenido por Eugenio D’Ors en una conferencia en Granada a comienzos de los años veinte para defender “el ideal de unidad frente a los movimientos separatistas y nacionalismo que en aquel momento prosperaban en Europa”, en el que señalaba a Juliano como un protonacionalista contrario al universalismo del cristianismo que unificaba a Europa. También el uso en el lado contrario de su figura en El aciago demiurgo del filósofo rumano Emil Cioran favorable al restablecimiento de los antiguos paganismos, postura seguida por el filósofo Alexander Kojéve y en parte por Fernando Savater en sus análisis sobre los fundamentos de las corrientes henoteístas. A partir de estos y otros ejemplos el autor deduce la utilización de la figura de Juliano como un nomen, un símbolo y un estereotipo gracias al proceso continuo de “resemantización” realizada durante siglos “por parte de historiadores, literatos y pensadores que vieron en él el personaje idóneo para articular su ideología”.

El ensayo de Quiroga Puertas se complementa con una selección de textos muy bien escogidos procedentes en su mayor parte de la obra de Juliano, de su historiador Amiano Marcelino y de fuentes cristianas. Se acompaña de un listado cronológico y de un repertorio bibliográfico básico pero especializado e imprescindible para quienes quieran profundizar en la vida y la obra del personaje.

Rosa Sanz Serrano

Universidad Complutense de Madrid

rosasanz@ghis.ucm.es

Reseña de acceso abierto distribuida bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional (CC-BY 4.0). / Open access review under a Creative Commons Attribution 4.0 International License (CC-BY 4.0). DOI: https://doi.org/10.24197/mrfc.36.2023.273-281

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