Reseña del libro “Prolegómenos a una ciencia de la antigüedad”

Reseña del libro “Prolegómenos a una ciencia de la antigüedad”

Compartimos una reseña del libro Prolegómenos a una ciencia de la antigüedad de David Hernández de la Fuente, publicada en los Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra.

Reseña de Javier Munilla-Antoñanzas

Es claro que la Antigüedad ha sido a lo largo de todos los tiempos y sigue siendo en nuestros días una de las épocas históricas que más han interesado a la sociedad occidental. Así lo demuestran los distintos movimientos culturales que a los largo de los siglos han rodeado a la etapa clásica, pues si en el renacimiento los reyes y nobles se entretenían por coleccionar piezas antiguas, en la actualidad nos divertimos con series y películas de ficción ambientadas en la Antigüedad o pasamos horas leyendo novelas que nos retrotraen al pasado grecolatino. Precisamente por esto, es necesario acercarnos a conocer cómo se ha llevado a cabo el estudio de una época histórica tan atractiva, como es la Antigüedad, a lo largo de los siglos; así como, es, igualmente, imprescindible reflexionar sobre las distintas tendencias historiográficas e ideológicas que han trabajado sobre ella. Es exactamente esto, lo que el profesor Hernández de la Fuente, de forma sumaria pero a la vez perfectamente organizada, estructurada y coherente, hace en esta obra dirigida a aquellos estudiantes que están dando sus primeros pasos en las ciencias de la antigüedad.

Previamente a analizar el contenido del libro es necesario señalar, al menos, alguno de los principales hitos que el autor de la obra ha conseguido en su larga carrera académica. David Hernández de la Fuente es uno de los mayores expertos en filología clásica, mérito que le ha permitido ocupar cargos importantes en los claustros de prestigiosas universidades europeas, alcanzando la cátedra de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid. Además, cuenta con numerosas publicaciones tanto académicas como divulgativas manteniéndose activo en artículos y ensayos en la prensa generalista a través de los cuales acerca la cultura clásica y sus valores a la sociedad.

El libro que ahora nos atañe Prolegómenos a una ciencia de la antigüedad,
publicado en la serie «Temas de Historia Antigua», de la editorial Síntesis, está estructurado de forma escalonada, en capítulos con epígrafes y subepígrafes, lo que permite seguir el hilo argumental de la obra de forma clara y sencilla; al igual que sucede con otros títulos recientes de la misma serie entre los que se podría
señalar Gladiadores, fieras, carros y otros espectáculos de la antigua Roma (2022) de M.ª Engracia Muñoz Santos. Concretamente, la obra de Hernández de la Fuente se compone de seis capítulos a lo que habría que sumar una introducción (páginas 9-16), un epílogo (páginas 135-140), una selección de textos (páginas 141-183) historiográficos de cronologías muy diversas y la bibliografía (páginas 185-189).

Entrando plenamente a analizar los contenidos de la obra debemos dedicar, al menos, unas palabras a abordar la introducción de la misma (páginas 9-16). En ella el autor recuerda que la atracción por el estudio de la Antigüedad no es nada nuevo, sino que se remonta a autores clásicos como Heródoto, Tucídides o Jenofonte (página 9); ahora bien es necesario señalar que estos primeros momentos de interés por la época clásica, la línea que separa el mito de la realidad era tan estrecha que muchas veces se llegó a traspasar (página 10); hecho que, en ocasiones, puede confundir al historiador de la Antigüedad. Otro dato importante que ofrece este apartado preliminar de la obra es la evidencia de que el estudio de la Antigüedad no solo puede quedarse en la investigación de la historia política o evenemencial, sino que también debe abordar la parte cultural, social, religiosa, literaria y lingüística (página 12). Es por ello que el estudio de la historia antigua se debe entender de manera interdisciplinar y transversal (página 13).

El primero de los capítulos («Comienzos del Estudio de la Antigüedad», páginas 17-38), comienza enfatizando la idea de que lo clásico ha marcado los distintos
acontecimientos históricos, al igual que lo sigue haciendo actualmente; si bien cada época ha recuperado el pasado clásico de la forma que más convenía en cada momento (página 20). En apartados posteriores el autor se retrotrae al origen jonio de la historia para argumentar que en esos primeros momentos, nuestra disciplina estaba muy ligada a la filosofía y a la retórica pues todas se basaban en el conocimiento de la verdad pero también en la persuasión (página 29). El último apartado de este capítulo está dedicado a realizar un recorrido por alguno de los historiadores clásicos más importantes y por su forma de hacer historia. En este punto se dedican unos cuantas párrafos a hablar del primer historiador, Heródoto, de quién se dice que oscila entre la narración histórica y el relato mítico-cultural de tono homérico (páginas 31-32); para luego tratar sobre otros autores antiguos como Tucídides, Teopompo, Polibio, Salustio, Plutarco, Tácito, etc.

El capítulo segundo («El Nacimiento de las Ciencias de la Antigüedad. Entre la Filología Clásica e Historia Antigua», páginas 39-56) explica el inicio de la investigación sobre la Antigüedad que el autor emplaza en la transición del siglo XVIII al XIX, señalando la importancia de la filología en estos primeros momentos de la disciplina histórica. Es durante el siglo de la luces de la Francia ilustrada y la Alemania del idealismo donde se configura el método histórico-crítico (página 40) que tan importante será para la historiografía. Ya en el siglo XX será el filólogo José S. Lasso de la Vega quién da las claves de la tarea del filólogo clásico, que de forma resumida se podría decir que no es sino probar la validez de los testimonios antiguos y encontrar la continuidad entre la Antigüedad y el mundo moderno (páginas 43-44). El saber filológico se entiende aquí como el núcleo de todas las ciencias de la antigüedad pues siguiendo a Friedrich A. Wolf, «la filología combina el estudio histórico y documental para aprehender el espíritu de las naciones antiguas» (página 49). Desde ese punto se comienza un viaje hacia la sistematización del conocimiento de la Antigüedad que llegaría a su culmen en el positivismo decimonónico. Vista la importancia de la filología en los estudios de la Antigüedad, el autor destaca que el método histórico crítico pasó de la filología a la historia; no sin antes advertir que las fuentes históricas que han llegado hasta nosotros son fruto de copias separadas de la original por muchos siglos, lo que puede complicar la tarea de reconstruir el pasado (páginas 53-55).

En el tercer capítulo («De la Ciencia a las Ciencias de la Antigüedad: Expansión, Escisión y Especialización», páginas 57-72), el autor de la obra se centra en los cambios que realizan las ciencias de la antigüedad en el siglo XIX. El primero de ellos consiste en la multiplicación de las disciplinas, pues a partir de ese momento la Antigüedad se estudiará desde distintos puntos de vista que darán lugar a distintas ciencias surgidas de las fuentes antiguas y que serán lo que llamamos «ciencias auxiliares». Así con antecedentes en el siglo XVIII bajo las figuras destacadas de Stefano A. Morcelli o Luigi G. Marini surgirá la epigrafía que tendrá auge a partir de que Theodor Mommsen inicie el Corpus Inscriptionum Latinarum; así como también, entre muchas otras, aparecerá la numismática cuyo origen se puede buscar en el gusto renacentista por coleccionar monedas (páginas 63-66). Al igual que la numismática la arqueología y el estudio de la cultura material remonta su origen a los viajes que los anticuarios realizaban en búsqueda de objetos atractivos en lugares históricos, fenómeno que comienza a partir de las primeras excavaciones arqueológicas que se realizan en Pompeya y Herculano bajo el mandato del monarca Carlos III de España (páginas 67-68). El segundo movimiento es fruto de la expansión territorial de las potencias europeas hacia oriente que traerán consigo el gusto por conocer esos nuevos territorios y que darán lugar a los primeros estudios sobre Mesopotamia, la India o África (páginas 57-58).

El cuarto capítulo («La Transformación de las Ciencias de la Antigüedad en el Fin de la Siècle», páginas 73-90) aborda la crisis del pensamiento europeo de fines del siglo XIX desde la óptica de los estudios sobre la Antigüedad, prestando a su vez especial atención a los grandes pensadores Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud. El primero de estos desde una perspectiva abiertamente filológica, en un primer momento, y muy influenciado por las corrientes arqueológicas de su época propuso un cambio en la percepción del legado clásico. Cabe recordar en este punto que los descubrimientos de Micenas y Troya de la mano de Heinrich Schliemann sacaron a la luz una cultura griega diferente a la que la burguesía europea estaba acostumbrada cuando analizaba las obras de Homero. Siguiendo la argumentación de Friedrich Nietzsche la Antigüedad como ciencia no es eterna, pero por el contrario la comparación de cada época con ella sí que lo es. De esta forma el filósofo alemán explica que para conocer nuestra sociedad debemos mirar al mundo clásico (páginas 75-80). El psicoanálisis de Sigmund Freud en el estudio de la Antigüedad es importante pues va a impactar en la forma de entender el discurso mítico; pues tal y como es conocido el mito es lo dominante en la literatura y el arte del mundo grecorromano. Asimismo, es interesante señalar que ya en la Antigüedad existían manuales de interpretación de los sueños como el de Artemidoro de Daldis que será utilizado por Freud para realizar su psicoanálisis. Además, Freud comparará la arqueología con el psicoanálisis pues, según él en ambas ciencias se estudia estrato por estrato (páginas 80-83). Precisamente, será a partir del psicoanálisis freudiano cuándo comience una nueva etapa en la comprensión del mito pues para autores como Joseph J. Campbell los relatos míticos constituyen una entrada a entender las manifestaciones humanas (páginas 85-87).

El capítulo que aparece en quinto lugar («Panorama de las Tendencias Historiográficas en torno a la Antigüedad»: siglos XIX y XX, páginas 91-108) trata de las nuevas formas de estudio de la Antigüedad que trae el siglo XX. A su vez, a partir de la barbarie de la Gran Guerra se va a perder la idea de Grecia como cuna de la cultura occidental y de inicio del imparable avance racionalista. Todavía en el XIX Jacob Burckhardt va a difundir su concepto de «Historia de las Culturas» o Kulturgeschichte con el que pretende aplicar el método de las ciencias de la Antigüedad a la cultura de los distintos tiempos históricos (página 95). Igualmente en el siglo XIX y en este caso en el contexto de la lucha obrera, autores como Karl Marx y Friedrich Engels proponen nuevas formas de hacer historia frente a la llamada «historia de los poderosos» que solo investiga a reyes, nobles, obispos y burgueses. Para estos autores la sociedad de cada momento debe ser estudiada a luz de la lucha de clases, propuesta que en el estudio de la Antigüedad permitirá conocer un poco mejor la sociedad esclavista y las revueltas de esclavos (páginas 95-98). Ya en el siglo XX y más concretamente a la altura de 1929 ocurrirá un gran hito para la historiografía moderna. Se trata de la fundación de la revista Annales d’ Histoire Economique et Sociale que dará nombre a la conocida escuela francesa de los Annales. Esta traerá nuevas ideas a la investigación histórica al incluir aspectos poco estudiados hasta ese momento como la historia social o la historia de las mentalidades (páginas 99-100). A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial la panorámica del método histórico- crítico va a ser muy variada y con enfoques dispares. Tanto que el autor de la obra propone tres bloques de grandes tendencias en las que se podría organizar cada una de las variantes (página 100).

El sexto y último de los capítulos («Perspectivas Actuales para el Estudio de la Antigüedad», páginas 109-134) recorre los nuevos puntos de vista que la historiografía ha trabajado durante las últimas décadas. De esta forma, el capítulo aborda algunos de los movimientos sociales más importantes como el movimiento feminista o el Black Lives Matter, así como analiza la repercusión de los mismos a la hora de entender la Antigüedad. Lo primero que cabe mencionar es que tal y como señala Hernández de la Fuente los investigadores de mayor impronta en la actualidad entienden el estudio de la historia desde la transversalidad de forma que aúnan en sus investigaciones los ámbitos sociales, culturales, cronológicos y temáticos, sin olvidar la microhistoria y la historia de las minorías (páginas 110-111). Pasando a examinar los efectos que los citados movimientos sociales han tenido en la Antigüedad, hemos de señalar que estos
no siempre han sido positivos para el estudio de la Antigüedad. Pues si bien es cierto que, en muchas ocasiones, estos pronunciamientos han permitido abrir nuevas perspectivas investigativas como lo es la arqueología de género que ha dado la importancia que se merece al papel de la mujer en la historia (páginas 123-124); en otras ocasiones lo único que se ha conseguido es presentar al mundo clásico como al enemigo colonialista e imperialista (página 112), hecho que ha desembocado en una «cultura de la cancelación» que solo busca una damnatio memoriae de la Antigüedad (página 129). No obstante, frente a esto se debe reivindicar el importante papel del legado clásico que ha inspirado a los pueblos occidentales las ideas de progreso, belleza, libertad y verdad (página 133).

En el apartado («A Modo de Epílogo: El Estudio del Mundo Antiguo entre
Unidad y diversidad», páginas 135-140) el autor del libro critica el hecho de que la filología esté desapareciendo de la Universidad o que en su defecto se evita la referencia a la «filología clásica» para referirse a «estudios clásicos» siguiendo el modo anglosajón (páginas 135-137). Termina esta parte de la obra señalando la necesidad de que los estudios sobre la Antigüedad en el futuro «serán globales o no serán» (página 138).

Como se dijo, el libro termina con dos apartados extra que son una selección de textos historiográficos que abarcan un amplísimo marco cronológico desde los albores de la ciencia histórica con Tucídides hasta autores del siglo XXI como Géza Alföldy y una relación bibliográfica de los títulos que se utilizan para argumentar lo que se expone en la obra que nos ocupa. La recopilación de textos resulta de un gran interés; ya que permite dar un paso más a la hora de entender cómo los distintos autores que han trabajado la Antigüedad han percibido el legado clásico cada uno de ellos desde el marco social y cultural que les tocó vivir. Asimismo, el hecho de que cada uno de los textos de la selección vaya acompañado de un pequeño comentario permite sacar un mayor partido del mismo y en su caso ampliar información.

A modo de conclusión, considero que esta obra cumple a la perfección con el objetivo que se presenta en las primeras páginas de la misma; ya que consigue que el estudiante que está empezando a trabajar la Antigüedad tenga un primer contacto con la historiografía de todos los tiempos. Asimismo, parece interesante señalar que el legado clásico no debe ser algo que se quede anclado en el pasado, sino que es conveniente que se mantenga operante en nuestros días; pues la sociedad europea actual no solo es heredera pasiva del mundo grecolatino, sino que debe seguir haciendo valer ese pasado de forma activa para continuar aprendiendo de él. Para finalizar estas líneas se debe decir que hubiera sido de agradecer dedicar algunos capítulos, siquiera algunas páginas a explicar cómo se planteaba la Antigüedad en los siglos del medievo y el renacimiento que apenas se mencionan en la obra.

Javier Munilla Antoñanzas
Universidad Navarra

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