Compartimos una reseña del libro La imagen y su contexto cultural de Lucía Lahoz, publicada en el Vol. 69 Núm. 3 (2022) de Salmanticensis. Revista de Investigación Teológica, editada por la Universidad Pontificia de Salamanca
Reseña de Miguel Anxo Pena González
Hay monografías que, en cuanto uno las abre y revisa el sumario de contenidos o el índice general, entiende que suponen una aportación significativa y sugerente que, posiblemente sea un paso adelante en las propuestas de investigación a las que estamos acostumbrados. Así sucede con el presente ensayo de Lucía Lahoz, catedrática del Departamento de Historia del Arte-Bellas Artes de la Universidad de Salamanca. Sus líneas de investigación están centradas en el periodo medieval, con especial atención a los estudios visuales y culturales —imagen, memoria y discurso— así como a la religiosidad e historia de la Universidad.

La obra se enmarca en una de sus líneas de investigación y en una colección de la editorial Síntesis que se titula: Temas de Historia Medieval. La autora en una introducción —que se convierte en una verdadera metodología de investigación en historia del arte medieval— o como ella dirá: “secuencia de problemas o repertorio de cuestiones de orden metodológico” (p. 26), pone de relieve cómo es necesario recuperar el sentido auténtico que articulaba a las imágenes. Por eso, el objetivo de este ensayo es “una reflexión sobre los usos y significados de la imagen en la Edad Media, con especial atención a los siglos del gótico, sin menoscabar algunas manifestaciones románicas introducidas como contraste para formular sus diferencias o su evolución” (p. 10). A renglón seguido nos explica que, el enfoque que ella pretende desarrollar, surge de las nuevas corrientes historiográficas en las que claramente la profesora Lahoz hace una lectura interdisciplinar, donde se ponen de relieve los contrastes y, por lo mismo, donde prima una visión de conjunto frente a “una historia del arte que todavía entiende los ‘estilos’ como unidades orgánicas y coherentes que se suceden en el tiempo, abarcándolo absolutamente todo, y consideradas como una progresión lineal y ascendente” (p. 11).
Quizás lo más interesante sea tomar conciencia —como ella irá exponiendo— de que forma y función van estrechamente unidos, por lo que lo estilístico no será algo esencial o, por lo menos, no como se ha concebido tantas veces hasta el presente. Por lo mismo, la perspectiva formal ha de integrarse en un marco interpretativo más amplio “que preste especial atención a las razones de todo orden (social, económico, religioso y, obviamente, artístico)” (p. 13). Esto que, resulta una obvie- dad desde otros campos del conocimiento, quizás no lo ha sido tanto desde el artístico. Por eso mismo consideramos muy oportuna su apreciación, cuando considera que tampoco la historia del arte es una ciencia exacta, sino una hermenéutica. Y, precisamente por ello, a través de los datos que proporciona la plástica medieval puede ir recomponiéndose un contexto y elaborarse una idea aproximada de una realidad. Esto lo irá exponiendo en las páginas siguientes, poniendo el acento en que la imagen no deja de ser otra forma de texto, ya que “el funcionamiento de las obras descansa en gran medida en las virtudes formales y en los efectos que pue- den producir en el espectador” (p. 17). Partir de esta comprensión, llevará su discurso a plantear también el concepto de iconografía, considerando que “el abordaje iconográfico es un aspecto del procedimiento más amplio que hace de la imagen un objeto en su totalidad, que integra el estudio de las prácticas, de las funciones, de las condiciones de producción, de los diferentes niveles de recepción, así como del análisis formal de sus obras” (p. 19).
De aquí la autora nos hace caminar por un ensayo pensado a partir de tres grandes ideas: pensar la imagen, el discurso hecho imágenes y, por último, temáticas imaginadas. La primera está formada por cuatro capítulos en los que, efectivamente nos introduce en el arte de pensar la imagen. Para ello, en el primer capítulo aborda, La imagen medieval, analizando los usos, funciones y significados, para luego analizar el valor de la misma en la cultura y el culto. De ahí nos lleva a la teoría de la imagen y, como consecuencia lógica, a la creación iconográfica. Si algo llama la atención en este, como en los otros capítulos, es precisamente la diversidad de lecturas que la profesora Lahoz ha hecho y que ahora, de manera magistral, hace dialogar. Esto le permitirá afirmar que un tema iconográfico es raro “que alcance una explicación completa en una referencia a una sola fuente literaria. Así como el arte se nutre en parte del mismo arte, la iconografía vive también de los detritos de iconografías anteriores” (p. 57).
En los tres capítulos siguientes completa ese “pensar la imagen” a partir de los tres ámbitos fundamentales de representación: el religioso, el secular y otros usos posibles. En estas concreciones la autora hace discutir el marco particular de la imagen con el contexto concreto del que forma parte, ya sea la experiencia religiosa, el poder y propaganda o la misma imagen profana. Si algo descubre el lectores que, de una manera u otra, todo está interconectado al tiempo que aporta su pequeño granito de arena, para descubrir que la imagen está al servicio de una propaganda, que no solo la usa, sino que incluso llega a manipular las imágenes y los programas para lograr seguidores a una causa o función concreta.
En la segunda parte, que es mucho más breve, la profesora Lahoz enmarca, como decíamos antes, en el discurso hecho imagen, que se concreta en tres capítulos que ya por sus títulos nos describen por dónde camina: la imagen construida, esculpida y la elocuencia de los objetos. Resulta particularmente sugerente su visión en torno a la portada esculpida, donde pone de relieve que “uno de los problemas más acusados en la investigación sobre su aparición —en relación a la figuración monumental de las portadas— es que, en ocasiones, el debate se ha centrado en señalar y defender las prioridades cronológicas ignorando las especiales circunstancias en las que se han gestado esos grandes proyectos retóricos” (p. 137).
Entramos ahora en la tercera parte, que resulta mucho más extensa y que se ha articulado en cinco partes. Los sucesivos capítulos abordan: los trabajos y los días; la imaginería de la muerte; la imagen del otro, maginados y proscritos; la mujer en imágenes, la mujer imaginada; vida religiosa, monjes e imágenes. Ya con el propio elenco de los temas abordados en los capítulos se puede intuir cómo entran en escena todos los elementos que están presentes en la cultura medieval. Nos ha resultado muy inspiradora la interpretación en torno a la narrativa visual relacionada con los santos, por medio de sus sepulcros u otras representaciones, que llevan una condición de reciprocidad, ya que “un sepulcro y su iconografía generan unas devociones pero en otras la relación se invierte y es la devoción la que concreta una imaginería determinada” (p. 212).
Igualmente en el capítulo último en relación a la vida religiosa, resulta muy sugerente la relación de las figuras de los fundadores de las grandes órdenes mendicantes —representados en san Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán— con la evolución y creación de nuevas iconografías, que se hace dialogar con los momentos más señalados de la creación de esas órdenes: aprobación de las reglas, rápidas canonizaciones. Y en lo que se refiere a la concreción en nuestra realidad peninsular, como dirá la profesora Lahoz, “se enfrenta a la escasa fiabilidad de las fuente y a la desaparición de gran parte de las construcciones, la pérdida de numerosos de los conventos originales ha privado de formular su significado en la práctica artística medieval. Una cumplida nómina de conventos revalida su expansión” (p. 283).
La autora cierra la monografía con un epílogo, cuyo título resulta también elocuente: Pervivencias y continuidades. Aquí nos nos hace reflexionar sobre el fin de ese mundo y arte medieval, reconociendo que los perfiles no son fáciles de delinear, porque se dará esa ambigüedad o riqueza, entre pervivencias y continuidades, “máxime cuando, por la propia naturaleza de la inspección, esta se enfrenta a imágenes y objetos que competen a la espiritualidad y a la mentalidad, fenómenos que se comprenden siempre mejor en la larga duración” (p. 301).
El ensayo se completa con una selección de imágenes y de bibliografía. Ambos elementos se completan en un acceso a contenidos digitales en la web de la editorial. No hay duda que es interesante contar con dichos elementos, pero mucho más lo hubiera sido tenerlos en el propio libro, dando así cuenta del ingente y magnífico trabajo llevado a cabo por su autora, que esperamos se complete con futuras reflexiones sobre estas temáticas, que nos permiten comprender mejor el pasado y, además, hacerlo como una unidad.