Compartimos una reseña del libro Justiniano, emperador de los romanos de Rafael González Fernández, publicada en el Vol. 41 Núm. 1 (2023) de Gerión. Revista de Historia Antigua, publicada por la Universidad Complutense de Madrid.
Reseña de Pedro David Conesa Navarro
La tesis doctoral del Dr. González Fernández, publicada en 1997 en los anejos de la revista Antigüedad y Cristianismo, cuyo tema de investigación versó sobre Las estructuras ideológicas del Código de Justiniano, supuso en su momento un gran esfuerzo no solo por enfrentarse ante un tema de gran envergadura muy pocas veces explorado desde el punto de vista histórico, sino también por la cantidad abrumadora de bibliografía generada que analiza no solo la figura de Justiniano como personaje histórico, sino también su obra jurídica y su trascendencia en épocas posteriores. Era difícil aportar “algo nuevo” y esa misma reflexión cobra sentido de nuevo cuando nos encontramos ante un libro que trata aparentemente sobre el mismo argumento, escrito también por el Dr. González Fernández, bajo el sello de la prestigiosa editorial Síntesis ¿Por qué Justiniano? ¿qué valor tiene seguir indagando en la figura del emperador y su obra? A dichas cuestiones se sumaría la complejidad que supone realizar un trabajo de síntesis en el que, a la vez que se analizan los principales aspectos de la vida de tan distinguido princeps, se intenta aportar algo novedoso con el fin de no seguir reproduciendo los mismos estereotipos ofrecidos por los autores clásicos y que se han ido perpetuando a lo largo de los siglos en la historiografía contemporánea. De hecho, como el mismo autor señala (p. 12), en lo que llevamos de siglo XXI salieron a la luz más de quince monografías, además de una cantidad importante de artículos en los que Justiniano es el gran protagonista. Esta situación corrobora su importancia en la Historia y el interés que siempre ha suscitado dentro de la academia científica.

Articulada en nueve capítulos y con una amplia selección de textos y material gráfico a partir de interesantes mapas, se ofrece al lector especializado y al público en general una obra fresca y a la vez reflexiva por parte de uno de los especialistas más consagrados del panorama nacional sobre la temática. La figura de Justiniano, su tiempo y su legado son los tres ejes principales sobre los que podríamos decir que se vertebra la obra del Dr. González Fernández y son, precisamente, los que se analizarán en nuestra recensión. Previamente, es necesario indicar que, en la introducción (pp. 9-15), se ofrecen ciertos comentarios que no solo justificarían el título del libro, Justiniano, emperador de los romanos, sino también se rompen con ciertos estereotipos reiterativos que se alejan de la realidad. Sin duda, el más importante es el concepto de “bizantino” para asignar la época justinianea.
Realmente estamos ante una construcción surgida en la Edad Moderna; concretamente a finales del siglo XVI, siendo utilizada actualmente por la academia científica como un mero convencionalismo. Los habitantes del Imperio romano de Oriente del siglo VI d.C. con capital en Constantinopla se seguían denominando a sí mismos como romanos a pesar de las alteraciones lingüísticas, pues el griego era la lengua principal, o por la introducción de la religión católica en todos los sectores sociales. De hecho, el propio Justiniano se denominaba como emperador cristiano y defensor de la fe, pero, sobre todo, romano. Son precisamente estos aspectos, la idea de romanidad y la supremacía religiosa como se ve a lo largo de toda la obra, los elementos que justifican en buena medida sus empresas. En el primer capítulo, “Entre la Antigüedad tardía y el mundo medieval: Justiniano, hombre de su tiempo” (pp. 17-47), tres aspectos son los abordados. En un primer momento se realiza un recorrido sobre la evolución del Imperio romano a partir de los cambios producidos por Diocleciano, pasando por la partición territorial de Teodosio en el siglo IV d.C. y los principales emperadores que gobernaron tanto en la parte Occidental como en la Oriental del Imperio romano. Un segundo estadio estaría conformado por el análisis del origen de Justiniano (momento en el que nació, su nombre, sus padres…) y, por último, una reflexión crítica de los principales autores clásicos y fuentes de la época. En el capítulo segundo, “Advenimiento y primeros año. El gobierno de Justino I” (pp. 49-74), se exponen los principales hechos que acaecieron durante el gobierno de Justiniano. De hecho, como el autor asevera nada más empezar (p. 49), aunque la obra de este último quedó eclipsada por su sobrino, no se entendería a Justiniano si no se tiene presente la labor desempeñada por su antecesor. De hecho, como acertadamente señaló el Dr. González Fernández, la prueba más clarividente de ese hecho radica en que, Procopio de Cesarea, en su Historia secreta, comenzó a analizar el gobierno de Justiniano contextualizándolo previamente a partir del advenimiento de su tío. La astucia y la profunda religiosidad de Justino son precisamente características que heredaría Justiniano. Un apartado interesante de este capítulo es su relación y posterior matrimonio con Teodora. A pesar de los problemas a los que se tuvo que hacer frente debido a la baja extracción social de la candidata y por profesar el monofisismo, pudo modificar la legislación, siendo una manifestación temprana de la personalidad que tuvo el princeps.
En el tercer capítulo, “Justiniano y su época” (pp. 75-109), se abordan los fundamentos sobre los que se sustentaba su poder. Más allá de las cualidades que poseía Justiniano, el autor analiza la mutación que fue sufriendo la figura imperial hasta llegar a los elementos fundamentales que caracterizaron al emperador tardoantiguo. Su capacidad legislativa, judicial y militar se podría sintetizar en una defensa del catolicismo a ultranza, queriendo con ello restablecer las fronteras clásicas del Imperio romano (renovatio imperii). En este capítulo, además, un epígrafe importante lo constituye Teodora, haciéndose un repaso biográfico, su transcendencia en el gobierno de su marido y el hecho de que llegara a ser modelo para sus sucesoras. Pese a ser una cuestión problemática por la mala prensa que tuvo entre sus contemporáneos, con acierto el Dr. González Fernández subraya los problemas que presentan las fuentes clásicas, llegando a cuestionar y contextualizar las motivaciones que permitieron a ciertos autores criticar a la Augusta, como es el caso de Procopio. La rebelión de la Niké (532 d.C.), uno de los principales sucesos del gobierno de Justiniano sucedido en Constantinopla, es con el argumento con el que se cierra este capítulo. Para ello, de manera innovadora, se sintetizan los principales sucesos expuestos en las fuentes clásicas como si fuera un diario, señalándolos por días y de manera coherente y ordenada.
Con el capítulo cuarto, “La administración del Imperio” (pp. 111-139), previamente a señalarse las principales características de la administración civil y militar en época de Justiniano, el autor hace un repaso por la evolución de la figura del princeps, comenzando a exponer los elementos que definían a los emperadores del Principado, cuyo poder en cierta manera estaba limitado por las instituciones heredadas de época republicana, hasta llegar a la autoridad absoluta con una gran centralización que caracterizó al emperador tardoantiguo. De hecho, es precisamente esta autoridad sobre sus súbditos lo que lo diferenciaban del resto de dignatarios de su época. Una amplia nomina de funcionarios estaban supeditados a la corte y a la figura imperial. Por otro lado, se emprendieron reformas administrativas con la intención de luchar contra la corrupción, además de aquellas de carácter militar, lo que permitió que el ejército tuviera un carácter profesional compuesto por más de 150.000 hombres, entre los que los que se encontraban médicos o ingenieros. Todas estas reformas sirvieron para extender sus dominios territoriales con el pretexto de restablecer el orbis Romanus bajo una misma religión. Precisamente, sobre esta última cuestión es sobre la que trata el siguiente capítulo “La restauración territorial” (pp. 141-198), articulado en tres grandes bloques en los que se prioriza un criterio cronológico y espacial: África, Italia y Spania. En los dos primeros además de una crítica de fuentes y la inserción de textos que ayudan a la comprensión de los acontecimientos, se muestra presente la figura de Belisario. Más difícil resulta explicar la constatación bizantina en la península ibérica. Además de desconocerse la persona encargada de liderar dicha expedición, tampoco está claro si el propio Justiniano estuvo presente en territorio hispano. Más verosímil resulta la interpretación de considerar que no tuvo un papel protagonista como las anteriores, ello se debía a la situación que atravesaba el estado bizantino, asumiendo las operaciones un amplio contingente venido del norte de África.
El sexto capítulo, “la restauración religiosa” (pp. 199-224) y el séptimo, “La restauración jurídica. Corpus Iuris Civilis” (pp. 225-238), son los otros dos frentes fundamentales que abordó Justiniano. En lo que respecta al primero, aunque ya en capítulos anteriores se ha ido perfilando que el poder del emperador también se extendía al ámbito eclesiástico, en este apartado se incide mucho más. Como una figura aglutinadora, el princeps conservó atribuciones clásicas, como es el título sacerdotal de pontifex maximus, además de otras que entroncaban más en lo que después se desarrollaría en el período medieval, como es la convocatoria de concilios, siendo los obispos y patriarcas considerados sus súbditos. Además, luchó contra lo que se consideraban herejías, como es el caso del monofisismo y otras religiones o corrientes filosóficas que se daban en la época y que se salían de los cánones religiosos establecidos. Cierra el capítulo la inauguración de la principal iglesia de Constantinopla, Santa Sofía, resaltando además la importancia ideológica que tenía para el régimen. En lo que respecta a la restauración jurídica, se analizan las partes que conformaban el Corpus Iuris Civiles, siendo uno de los principales documentos jurídicos ya no solo del mundo antiguo, sino del derecho universal. Para ello, una vez más, se ofrece una introducción general incidiendo en los períodos de Diocleciano y Teodosio como los principales antecesores de la obra justinianea, para después analizar de manera separada el Código, Digesto, Novelas e Instituciones. La importancia de la obra transciende el período bizantino, y es precisamente sobre dicha cuestión con la que el profesor González Fernández cierra el capítulo. Se incide en la idea de cómo a partir de la obra legal de Justiniano el derecho romano se puede considerar consumado y cómo sus enseñanzas se prolongaron hasta bien entrada la Edad Media.
El capítulo octavo, “Los momentos difíciles” (pp. 239-277) podríamos decir que está estructurado en tres partes, la primera correspondería a sus últimos enfrentamientos, especialmente contra el Imperio persa, la crisis interna que se vivió en la ciudad de Constantinopla con la peste y sus efectos negativos de carácter social y el ocaso del propio emperador. El libro en sí finalizaría con un capítulo dedicado a la “recepción. Justiniano después de Justiniano” (pp. 279-298) en el que, de manera diacrónica, se señala la importancia de la figura del princeps o su obra jurídica a lo largo de los siglos posteriores hasta llegar a la actualidad. De hecho, el último epígrafe se mencionan videojuegos y juegos de mesa en los que Justiniano ha tenido un papel protagonista. Como colofón, más allá de las conclusiones (pp. 299-308) en las que se sintetiza los principales elementos expuestos, resulta de gran utilidad, la selección de textos (309- 342) y la cronología (343- 348), especialmente para aquellas personas que no están familiarizadas con el tema. En definitiva, consideramos que la obra, a pesar de ser un tema ampliamente tratado, resulta de gran utilidad pues muestra no solo la importancia que tuvo Justiniano en la Historia, sino su transcendencia en épocas posteriores. El texto está redactado en un lenguaje sencillo, sin caer en la vulgaridad, que ofrece todas las garantías de calidad para indagar y profundizar en un período fascinante de la Tardoantigüedad.
Pedro David Conesa Navarro
Universidad Complutense de Madrid
pedrodco@ucm.es