Compartimos una reseña del libro Justiniano, emperador de los romanos de Rafael González Fernández, publicada en el Núm. 40 (2023) de la revista Antigüedad y Cristianismo, editada por Ediciones Universidad de Murcia.
Reseña de Miguel Martínez Sánchez
Dentro de la colección “Temas de Historia Antigua” de la editorial Síntesis, el número 24 nos presenta una nueva monografía sobre uno de los emperadores más importantes del Imperio romano y figura fundamental en la construcción de la Tardoantigüedad en su transición a la Edad Media.
El autor del libro es el profesor Rafael González Fernández, catedrático de la Universidad de Murcia cuya rama de trabajo principal ha sido el mundo de la Antigüedad Tardía. Desde sus inicios como investigador, el autor trató el reinado de Justiniano, sobre todo en su faceta jurídica, como quedó plasmado en su tesis doctoral sobre las cosmovisiones del emperador presentes en el Código, defendida en el año 1990. Treinta años después, el profesor González nos presenta un ensayo histórico en el que se repasa la figura de este personaje y de su época a través de una mirada acorde a las últimas investigaciones existentes. Estamos ante un periodo que suele ser aprovechado para hablar de la transición entre la Antigüedad tardía y el comienzo de la Edad Media en el espacio mediterráneo. La obra se articula bajo un doble objetivo: poner a prueba las presunciones sobre la figura histórica de Justiniano I y poner al día la biografía del emperador bajo las nuevas perspectivas del siglo XXI, presentando una síntesis actualizada sobre el personaje. Además de su enfoque en la figura de Justiniano I y su reinado, el libro también examina el impacto de este período en la historia de la Tardoantigüedad y su influencia en la transición hacia la Edad Media. A través de su análisis, el autor busca poner a prueba algunas presunciones existentes sobre Justiniano I y ofrecer una nueva perspectiva sobre su figura histórica. Justiniano I es un emperador que ha sido tanto admirado como criticado, por lo que se vuelve necesaria una revisión de su legado, la construcción que se ha hecho de él y su influencia en la historia del Imperio romano y en la Tardoantigüedad en su conjunto.

La publicación se inicia con una introducción que aborda el contexto histórico en el que se desarrolló el reinado de Justiniano I y el Imperio Bizantino en general. Se destaca la importancia de considerar la propia visión que tenían los romaioi (los habitantes del Imperio Bizantino) de sí mismos para poder comprender la cosmovisión bajo la que se desarrolló el gobierno de Justiniano. También se menciona la existencia de ciertos tópicos y alteridades hacia la cultura romana oriental que han sesgado en ocasiones la historiografía del Imperio Bizantino y han impedido una adecuada valoración de esta cultura y de su papel en la historia. Estos tópicos han sido persistentes hasta bien avanzado el siglo XX y es importante tenerlos en cuenta al estudiar el reinado de Justiniano y la época en la que vivió.
En el primer capítulo del libro, se aborda la figura de Justiniano I dentro del contexto de la Tardoantigüedad. El autor destaca cómo el Imperio Bizantino, de base cultural griega, y el contexto centroeuropeo germánico representandos caras de una romanidad y cristiandad renovadas, que se han transformado en ambos lados del viejo Imperio Romano durante este período histórico. En este contexto, el gobierno de Justiniano refleja un espíritu de adaptación y es precisamente esta coyuntura de su reinado la que hace que sea difícil para el historiador separar la propaganda política de la historia real. Además, se destaca que Justiniano tenía una formación político-jurídica basada en las tradiciones y su imagen pública combinaba dos elementos clave del Imperio Oriental en su época: lo romano y lo cristiano.
En el segundo capítulo se habla sobre el gobierno de Justino I, tío de Justiniano. El acceso al poder de este personaje político permite entender el acercamiento de esta familia a las altas esferas del imperio oriental en apenas unas décadas. De humilde campesino y militar a emperador, Justino abre paso a un periodo donde su gobierno de 9 años queda marcado por la política religiosa, las relaciones diplomáticas con Teodorico y la enemistad con los sasánidas. Y supone, como indica el autor, un prólogo al gobierno del propio Justiniano.
El tercer capítulo estudia la figura de Justiniano y su época, especialmente las transformaciones de los cánones políticos y los nuevos códigos culturales. En este sentido, el emperador demostró gestionar el ámbito político y religioso con sí misma, procurando no desatender ni los asuntos militares ni las cuestiones religiosas que dividían al mundo romano oriental. El lenguaje del poder así lo demuestra, sacralizando la figura del emperador como rector del Imperio y siervo de Dios. El doctor González habla de una “teología imperial”, en tanto que se fusionó lo pagano con lo cristiano, así como lo oriental con lo occidental, haciendo de Justiniano un personaje rico en matices, tan pronto profundamente romano como marcadamente oriental. En este territorio de fronteras, el rol de Teodora también ha sido importante. Teodora representa la otra mitad del emperador, donde lo privado y lo público se combinan. La obra ahonda en la realidad histórica de la emperatriz y la leyenda generada en torno a su figura. Aquí el autor invita de nuevo a revisar sosegadamente las fuentes primarias, evitando caer en una tergiversación casi novelística de ambas figuras, nacida en la propia época, la cual ha teñido ambas biografías de un aire dramático y espectacular.
En el capítulo sobre la administración del Imperio, el profesor González emparenta la organización justinianea con las reformas augusteas. Mediante un sistema administrativo basado en el equilibrio entre lo tradicional y lo innovador, el papel de las magistraturas y el Senado quedan transformados hasta disolverse bajo la dirección del emperador, al tiempo que se produce una progresiva militarización de la administración y la definitiva separación entre el imperio occidental y oriental. El imperio de Oriente fue adquiriendo códigos propios, con reformas para afrontar sus problemas externos e internos. En este ambiente, Bizancio fue capaz de mantener una relativa centralidad soportada por el officium imperial y los altos cargos del ejército y la iglesia. Justiniano trató de mejorar este modelo político, fuertemente debilitado por la corrupción y la falta de eficacia en caso de guerras, epidemias o catástrofes. Parte de esas reformas fue la reorganización de África, un proyecto que anticipaba la gran obra de la renovatio imperii. Como indica el profesor González, la unidad política y territorial del Imperio eran las claves de un proyecto a gran escala en la idea de Justiniano, un proyecto donde a través de armas y leyes (armas et leges) se recuperaría la estabilidad y grandeza de la ideología gubernamental romana.
El capítulo 5 está enteramente dedicado a la restauración territorial. Como veníamos diciendo, se trata de una obra cuyas bases ideológicas provienen de la propia caída del Imperio de Occidente en el 476 d.C. Justiniano no sólo pretende recuperar los territorios occidentales, sino también asegurar sus fronteras con la dirección militar de Belisario y el resto de generales bizantinos. Los movimientos en África contra el reino vándalo permiten controlar una zona clave de comercio y a la vez retomar el control marítimo del Mediterráneo, esencial para pasar al ataque contra los ostrogodos de Italia. Las victorias del 533 son seguidas en el 536 con un salto hacia Dalmacia e Italia. Las campañas de Belisario en Italia ponen de relieve las frágiles condiciones del ejército bizantino frente a los godos. Esta expansión mediterránea encuentra su culmen con la intervención en Spania, participando en las luchas del reino visigodo de Toledo a cambio del control de la franja costera del sureste peninsular, que pasa a la administración bizantina. En conjunto, estamos ante una gran obra militar sobre el antiguo territorio romano occidental, sólo posible gracias al alto nivel de coordinación tanto en el aspecto logístico como en el aparato de inteligencia estatal, capaz de mover información de una punta a otra del Mediterráneo para coordinar el flujo de información y órdenes en ambas direcciones.
El capítulo 6 ahonda en la cuestión de la restauración religiosa, elemento esencial para asegurar la estabilidad en el poder del emperador. Justiniano utilizó su formación legislativa y teológica para desarrollar un programa religioso en búsqueda de consensos con la iglesia tanto en las cuestiones orientales, como el problema del monofisismo, como en la occidental, con la necesidad de tender puentes hacia las provincias recuperadas. La unión política del recién expandido imperio justinianeo implicaba unir diferentes visiones del cristianismo, por lo que el emperador tomó una vertiente cesaropapista, tomando la iniciativa en materia de legislación religiosa y sometiendo a la jerarquía a su poder para evitar divisiones, tratando de imponer la visión nicena y ortodoxa de la religión cristiana. El emperador trató de reducir las disensiones de grupos heréticos que cuestionasen el poder imperial, privilegiando a aquellos que colaborasen y dotando a la iglesia de un carácter oficial, aliado del poder, como se ve en la obra arquitectónica de Santa Sofía.
El capítulo 7 se dedica a la obra jurídica, el corpus iuris civilis. Hablar de obra política o religiosa no podía ser posible sin hablar de la vertiente legislativa, esencial para transmitir la tradición romana y ponerla al servicio de su tiempo. Justiniano ha pasado a la memoria colectiva por tratar de compilar las leyes a través de los diferentes libros que conforman el corpus. A través de estas obras, la formación de los juristas de la época mejoró sustancialmente, con una legislación que compila en una toda la producción romana, dando lugar al nacimiento del romanismo en Derecho.
El capítulo 8 habla de las dificultades exteriores, comenzando con la enemistad con los persas sasánidas, marcada por los encuentros bélicos en Dara y Calínico, junto a las negociaciones en medio de la crisis de Italia y la “peste de Justiniano” en el 542. Esta epidemia, extendida por toda Europa, no sólo influyó en las campañas de guerra, sino que se convirtió en una pandemia extendida por la Yersinia pestis que se cebó especialmente con la población de las grandes ciudades en los sucesivos brotes que se fueron extendiendo por todo el Imperio, generando una grave pérdida poblacional y un revés en la economía
El último capítulo se encarga de recopilar la recepción de la figura de Justiniano en la cultura, especialmente en la época contemporánea. Quizás el capítulo más innovador del libro. En esta sección el autor recuerda la aún existente visión indeterminada y exótica de Bizancio como un mundo de lujo y depravación, una perspectiva que en el caso de Justiniano también ha tenido que superar la narrativa difamatoria de Procopio en la Historia Secreta o la tónica pesimista de Gibbon en la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano. Para la cuestión de Teodora encontramos también todo un elenco de obras artísticas donde pervive la visión de la emperatriz como personaje poderoso dotada de todo tipo de prejuicios y tópicos.
Podemos concluir que cuando hablamos de Justiniano estamos ante una de las grandes biografías del mundo bizantino, un emperador cuyo poder y obra marcaron una vuelta hacia la concepción más romana del Mediterráneo como espacio cultural propio. A pesar de los reveses de su reinado, su época revela más luces que sombras, llevándose a cabo iniciativas en diferentes ámbitos, tal y como se recoge en esta obra. Vemos aquí que la extensa documentación manejada por el autor queda patente en el amplio repertorio de fuentes bibliográficas a lo largo de toda la obra, tanto primarias como secundarias. Estas obras son las que le permiten ahondar en la materia para transmitirnos una visión más actual de la figura de Justiniano y su corte como actores históricos de su tiempo. Justiniano I se convirtió en uno de los emperadores más importantes del Imperio Bizantino y su reinado marcó una vuelta hacia una concepción más romana del Mediterráneo como espacio cultural propio. A pesar de los altibajos de su gobierno, pudo liderar grandes iniciativas como la redacción de un Código o la reconquista de territorios perdidos por el Imperio Romano. Su legado incluye también la construcción de grandes obras arquitectónicas y la promoción del cristianismo como religión oficial del Imperio. En resumen, dejó una huella duradera en la historia del Imperio Romano de Oriente y un legado que pervivió durante los siglos posteriores.