Compartimos una reseña del libro Gladiadores, fieras, carros y otros espectáculos en la antigua Roma de María Engracia Muñoz-Santos, publicada en el Vol. 31 (2023) de los Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra.
Reseña de Javier Munilla-Antoñanzas
En la actualidad, existe en nuestro mundo un enorme interés por conocer cómo era la vida diaria, la cotidianidad, la cultura, el ocio y las diversiones de las sociedades que nos precedieron. En este marco es, posiblemente, el mundo romano el que más pasiones ha levantado y lo sigue haciendo. Ahí están las novelas y sobre todo las películas como las ya clásicas Gladiator (2000) y Espartaco (1960) que de forma más o menos implícita narran los divertimentos de los romanos y la vida de los gladiadores. Sin embargo, como es sabido, en muchas ocasiones el cine y la literatura han aportado una visión del tema que no se ajusta, con precisión, a lo que fue la realidad. Es por ello, que la obra que aquí vamos a analizar es tan necesaria y sugerente, pues muestra la verdad histórica y científica de un tema tan cautivador como son los espectáculos en Roma. En este libro se realiza un interesante y bien documentado recorrido histórico por los diferentes tipos de espectáculos que se desarrollaron en época romana, prestando una especial atención a los ocurridos en la ciudad de Roma.

Primeramente, antes de analizar los contenidos del texto, es necesario introducir la cuestión aportando alguno de los principales hitos académicos de la autora. María Engracia Muñoz Santos es especialista en el Mediterráneo Antiguo habiendo desarrollado una intensa carrera científica en la que ha investigado, de modo especial, los espectáculos en Roma y lo ha hecho, además, sin descuidar la transferencia científica siendo autora prolífica de varios blogs sobre Antigüedad. De todos esos estudios ha aflorado el libro que nos ocupa y otro más titulado Animales in harena: los animales exóticos en los espectáculos romanos (2002).
El libro que ahora nos presenta, Gladiadores, fieras, carros y otros espectáculos en la antigua Roma, publicado en la últimamente prolífica serie «Temas de Historia Antigua», de la Editorial Síntesis, está perfectamente estructurado de forma jerárquica en capítulos, apartados y subapartados, lo que permite que el lector pueda acceder más fácilmente a los datos que se aportan en cada parte. Concretamente, son un conjunto de seis capítulos los que conforman la obra que a su vez están precedidos por un prólogo (páginas 11-14) en el que la autora introduce los temas a tratar y fija los objetivos de la obra que no son sino mostrar de una forma académica y razonada los espectáculos romanos, separándolos de los clichés de los que tradicionalmente se rodean y provocar al lector una actitud en la que se siga formulando cuestiones sobre este tema tan interesante. Asimismo, la lectura concluye con unos apartados extra en los que se ofrece una selección de textos acompañados de un breve comentario, una cronología que permite contextualizar en todo momento los datos que se aportan a lo largo de la obra y, finalmente, la muy útil recopilación de fuentes que a su vez se divide en dos apartados referentes a las fuentes primarias y secundarias que la autora utiliza para argumentar su discurso.
Entrando de lleno a analizar los contenidos del libro, se debe dedicar algunas palabras al prólogo (11-14); ya que en él se aportan algunas afirmaciones que es conveniente tener presentes a lo largo de todo el texto. La primera advertencia que da la autora es que no es fácil escribir un libro sobre los espectáculos, debido a que los romanos no solían escribir sobre aquello que consideraban habitual y cotidiano, lo que hace que la referencias en los textos antiguos sobre los temas que centran el volumen sean escasas. A esto hay que sumar el hecho de que el mundo audiovisual, así como las novelas y las recreaciones históricas, como se dijo, no han ayudado a tener una visión real de los hechos. Por ello, el investigador deberá realizar un arduo trabajo de búsqueda de distintas fuentes en las que hallará ideas varias que, posteriormente deberá interpretar. Las fuentes utilizadas son textos políticos, históricos, épicos; pero también fuentes artísticas e iconográficas, como mosaicos o pinturas murales. Asimismo, los restos óseos tanto de humanos como de animales también pueden aportar información. Una segunda limitación que nos podemos encontrar a la hora de abordar este tipo de estudios, y a la que hace referencia la autora, es el amplísimo marco cronológico que se debe abordar; debido a que a lo largo de los trece siglos en los que se desarrollaron espectáculos en la antigua Roma, estos sufrieron profundas modificaciones (páginas 11-12).
En el primer capítulo del libro («Munera gladiatoria. Luchas de gladiadores», páginas 15-50) se hace un análisis sobre las luchas de gladiadores. En él la autora elabora un desarrollo histórico a través del cual explica los orígenes de los munera gladiatoria, la función que tenían durante los primeros siglos de su existencia y las nuevas formas que a lo largo del tiempo fueron adquiriendo. También menciona donde aparecieron los primeros anfiteatros y cómo eran, para centrarse, con posterioridad en el Anfiteatro Flavio, conocido más comúnmente como Coliseo, inaugurado por el emperador Tito en el 80 d. C. En este capítulo se hace referencia, asimismo, a los distintos caminos existentes por los que un individuo podía llegar a ser gladiador que eran eminentemente tres: como prisioneros de guerra, por haber cometido algún delito de gravedad (noxii) o por ser esclavos. Los gladiadores, según señala la autora, no debieron tener una vida sencilla y su rutina diaria dentro del cuartel de gladiadores (ludus), se debía circunscribir a un duro entrenamiento. Sin embargo, pese a la dureza de esa vida, es cierto que recibían una alimentación y unos cuidados médicos muy precisos que les permitían mantenerse en las mejores condiciones para servir al espectáculo. La autora en este primer capítulo propone una clasificación de tipologías de gladiadores basada en el tipo de armas tanto ofensivas como defensivas que estos usaban (páginas 30-38).
En el segundo capítulo («Espectáculos en la arena», páginas 51-84) se realiza un recorrido sobre las venationes y las damnationes, o lo que es lo mismo sobre las cacerías y las ejecuciones públicas de condenados. La autora, al igual que en el capítulo anterior, presenta los inicios de las venationes que estarían relacionados con la caza y su posterior desarrollo, hasta convertirse en un espectáculo que buscaba sorprender al espectador a través de la actuación de animales tan exóticos como cocodrilos, leones o hipopótamos nunca vistos en Roma. Asimismo, el capítulo expone cómo se capturaba a las distintas especies en sus lugares de origen, como se transportaban por tierra y mar hasta Roma y como se mantenía a los animales hasta el día en el que se le celebraba el espectáculo. En la segunda parte de este segundo capítulo, el texto se centra en explicar cómo se desarrollaban las ejecuciones, en qué circunstancias se daban, y quiénes iban a ser los ajusticiados. Entre los que iban a morir en el anfiteatro se encontraban los delincuentes y, en ocasiones, los cristianos. Será a partir del emperador Nerón cuándo el cristianismo sea entendido como un crimen contra Roma (páginas 81 82), por lo que será en ese contexto cuándo se empezará a condenar a los cristianos a muerte. A partir de ese momento autores cristino-romanos como Tertuliano atacarán a estos espectáculos mortales y a quienes los ven, para igualmente, señalar el heroísmo de los mártires en su defensa de la fe (página 83).
El tercero de los capítulos («Carreras de carros en el circo», páginas 85-118) trata sobre los espectáculos circenses. Sobre este espectáculo se ha de señalar, en primer lugar, que fue el más querido por los romanos (página 85) y el que más habitualmente se desarrollaba, pese a que en ocasiones se cree que el más habitual fueran los munera gladiatoria. Este capítulo comienza explicando los orígenes de este tipo de espectáculo que se remonta a la Grecia clásica, concretamente al siglo VIII a. C. (página 86). También, en el mismo se desarrolla un recorrido sobre los distintos circos que se hallaban en la ciudad de Roma, prestando un interés especial al Circo Máximo, que según parece empezaría a ser construido en tiempos de Julio César (página 92). Tras esto se explica cuáles eran las distintas partes que había en el circo, cuáles eran los equipos que participaban en la competición y la forma por la que se les identificaba a través de los distintos colores. El hilo argumental del capítulo continúa exponiendo cómo se preparaba el espectáculo y de qué forma se desarrollaba, indicando la posición que los emperadores tomaban en esta celebración. Por último, se menciona la larga vida que tuvieron estos espectáculos; puesto que hay noticias de su pervivencia en época bizantina, después de que Totila suprimiese los espectáculos a la altura del año 545 (página 116).
El siguiente capítulo («Batallas navales y espectáculos acuáticos diversos en Roma», páginas 119-146) aborda uno de los espectáculos que más pudo sorprender por su magnificencia a los romanos; pero que posiblemente, fue el que menos se celebró. Se trata de las naumaquias que eran representaciones de batallas navales históricas. Estos son los espectáculos que más incógnitas tienen y uno de los peor conocidos. Al parecer estas celebraciones tuvieron lugar entre el siglo I a. C. y el I d. C., a excepción de la celebrada por Filipo el Árabe en el siglo III d. C. (página 124). Las naumaquias se celebraron en edificios construidos propiamente para este tipo de celebraciones como el erigido por Augusto en el Campo de Marte. Este edificio se realizó con gran magnificencia contando con una isla en el centro para darle mayor teatralidad. Asimismo, es interesante señalar que de esta construcción conocemos numerosos datos, como las dimensiones que ocupaba, gracias a su mención en las Res Gestae (página 125). No obstante, no solo se utilizarían edificios creados ex profeso para este tipo de espectáculos, sino que también se emplearían construcciones ya acabadas. Incluso, según parece, debieron celebrarse espectáculos acuáticos en el Coliseo, aunque la comunidad científica debate sobre si éste se llegó a inundar o no (página 128). Igualmente, hay discusión sobre el tipo de embarcaciones que se utilizarían, quiénes eran los participantes o con qué tipo de armamento lucharían. Con posterioridad a lo mencionado, en este capítulo se realiza un pequeño recorrido sobre el proceder de algunos emperadores como Claudio o Nerón respecto a las naumaquias (páginas 134-138); después se exponen otro tipo de representaciones acuáticas como la doma de animales terrestres sobre una lámina de agua (página 144), y por último se cierra el capítulo planteando algunos interesantes interrogantes sin resolver (páginas 144-145) sobre los espectáculos acuáticos de la antigua Roma.
El quinto capítulo («Deportes atléticos en Roma», páginas 147-168) estudia la práctica de los espectáculos vinculados a deportes propiamente dichos, en Roma. Es necesario señalar que según menciona la autora, estos ni eran muy habituales ni despertaban tanta admiración entre los romanos como los analizados anteriormente (página 147). Como es bien conocido, este tipo de espectáculos se iniciaron en Grecia y de allí serían importados a la península itálica, pero con mucho menos éxito que en la cultura griega. Los deportes atléticos se celebraban en el estadio que era un edificio, al igual que el propio espectáculo, traído de Grecia. En Roma, Domiciano construyó un estadio en el lugar sobre el que hoy se levanta la Piazza Navona, dejando de esta forma fosilizada en el citado lugar la planta del antiguo edificio (páginas 151-152). Las competiciones deportivas en Roma comenzaron a celebrarse de forma esporádica a partir del siglo II a. C., para desarrollarse con mayor asiduidad a partir de la época imperial. Sería, posiblemente, a partir del gobierno de Nerón, emperador con gran gusto por el mundo helénico, cuándo se institucionalizarían estos juegos en Roma. El primer edificio para celebrar estos espectáculos fue el anteriormente citado; por lo que según parece. con anterioridad a ese momento, los deportes atléticos se celebrarían en otros lugares (página 156). Entre estos deportes se realizaban carreras, salto, pugilato, lucha, pancracio, etc. (páginas 160-166).
En el sexto y último capítulo («Protagonistas de los espectáculos: editores, espectadores y harenarii», páginas 169- 200) se analiza a los protagonistas de los espectáculos que son, eminentemente, los editores, los participantes, los espectadores, los harenarii, etc. Los editores eran quienes organizaban y pagaban el espectáculo, entre los que destacaban los emperadores por ser estos los que más poder y más recursos económicos y logísticos disponían. Entre los espectadores se podían distinguir personas de toda clase y condición: hombres, mujeres, niños, ancianos, ricos, pobres, comerciantes, nobles, libres e incluso esclavos (página 169). Cada uno de ellos tenían un lugar en el que sentarse y disfrutar del espectáculo. Las representaciones que aquí se han analizado constituían, asimismo, un buen lugar para mantener relaciones sociales y económicas o para establecer vínculos con otros. En este capítulo se hace también mención a todo lo que rodea a los espectáculos como la música, los mecanismos para resistir al calor que se debía sufrir en el coliseo romano, la relación que las mujeres tenían con estos espectáculos tanto a nivel de espectadoras como de participantes, etc. El capítulo continúa hablando de cómo los emperadores entendían los espectáculos. Así al parecer a Tiberio no le atraían las exhibiciones de las que aquí hemos hablado, lo que sentó muy mal entre los romanos, sin embargo, Cómodo era un gran apasionado al punto de que en ocasiones participó en ellos, vestido de Hércules (páginas 187-194). Por último, se presentan las historias de algunos participantes famosos de estos espectáculos como Espartaco, Carpóforo y Diocles (páginas 195-197).
Como antes se dijo, el libro se cierra con tres apartados más que son una recopilación de textos históricos que acompañan a cada uno de los capítulos, una cronología y el apartado de bibliografía. La recopilación de textos es muy interesante, ya que permite conocer de primera mano cómo veían los romanos los espectáculos públicos; así como nos permite disponer de las fuentes primarias de distintas épocas y autores dentro del contexto general del imperio romano. Cada uno de estos textos va acompañado de un pequeño comentario, proporcionado por la autora que permite entender mejor el contenido del mismo. La cronología, a su vez, permite contextualizar lo que se relata a lo largo de la obra, en el momento al que cada hecho pertenece, haciendo posible de esta manera conocer los principales acontecimientos que se desarrollaban en cada uno de los periodos.
En suma y a modo de conclusión, este libro aporta mucha luz sobre un tema tan interesante y atrayente como son los espectáculos en la antigua Roma. A través de su lectura, el lector que esté interesado en la cultura, la cotidianidad y el ocio en Roma, conseguirá tener un panorama general, lo suficientemente extenso como para conocer las características principales de cada uno de los espectáculos, así como sus orígenes, sus participantes y la forma en la que fueron evolucionando a lo largo del tiempo. Es, igualmente, un acierto la forma en la que se estructura el libro, pues ayuda a no perder el hilo discursivo de la obra; así como favorece la lectura de la misma, aportando en cada uno de los apartados y subapartados una información clara y de calidad, sin perderse en lo anecdótico. Asimismo, la contextualización histórica que la autora propone para cada espectáculo en la que se muestran los orígenes de cada uno de ellos resulta esencial para el adecuado entendimiento del espectáculo. Sin embargo, hubiera sido de agradecer, prestar más atención a los espectáculos fuera de la ciudad de Roma y haberle dedicado algunas páginas, quizá un capítulo a hablar de cómo se desarrollaban estos mismos espectáculos en las provincias y a sus evidencias, acaso, en cualquier caso, abundantes como para merecer un próximo volumen de la autora.
Javier MUNILLA ANTOÑANZAS
Universidad de Navarra