Reseña del libro “Etnicidad, identidad y barbarie en el mundo antiguo”

Reseña del libro “Etnicidad, identidad y barbarie en el mundo antiguo”

Compartimos una reseña del libro Etnicidad, identidad y barbarie en el mundo antiguo de Gonzalo Cruz Andreotti y Francisco Machuca Prieto, publicada en el nº40 (2023): Etnografías históricas de la comunicación en las lenguas del Mediterráneo antiguo de la revista VELEIA editada por la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea.

Reseña de Antonio Fernández Tirado (Universidad de Málaga)

Abordar las identidades, aún en el tiempo presente, suele conducir irremediablemente hacia visiones que, sin la debida reflexión previa, se sustentan sobre esquemas rígidos que las muestran como fórmulas inalterables e inmutables a través del devenir histórico. ¿Es este planteamiento inusual? En absoluto. Las identidades responden, ante todo, a la necesidad humana de pertenencia a un grupo, y desde este conocimiento el presente ensayo, escrito por G. Cruz Andreotti y F. Machuca Prieto, ambos de la Universidad de Málaga, se erige como herramienta de precisión para romper con todas aquellas lecturas esencialistas sobre las identidades en la Antigüedad que se han venido fomentado en los últimos dos siglos.

La doble intencionalidad del libro, la de ejercer como obra de alta divulgación y la configurarse como instrumento conceptual y metodológico, se hace palpable desde el mismo preámbulo, breve y contundente en sus premisas. Con la afirmación «las identidades son construidas en la historia y a través de la misma», el lector no tardará en comprender cómo los usos y abusos étnico-identitarios responden en no pocos casos a intereses políticos y extraacadémicos, alejándonos ipso facto de las tradicionales lecturas sobre identidades inmutables.

La obra está distribuida en seis capítulos, dedicándose los dos primeros al desarrollo y pormenorización de los conceptos en juego. Destacan tres: «identidad» —entendida sous rature, esto es, con «bajo el borrado» derridiano—, «etnicidad» y «etnogénesis». Así, en el primero de estos dos capítulos, se nos presenta una disección del término «identidad», para luego reivindicar la inexactitud
de las aproximaciones al mismo, entendido las más de las veces como un principio inmarcesible. Los
autores, en cambio, inciden en que las identidades son flexibles, dinámicas y se construyen de manera múltiple y continua, condicionadas absolutamente por el contexto histórico en el que surgen. A partir de estos presupuestos, la configuración de la identidad queda definida desde «lo social», debiéndose prestar atención, en lo tocante a los procesos de formación de la misma, al papel que juegan los sistemas de representación humanos, ya sea el lenguaje, la cultura, la ideología o el discurso.

No resulta sencillo determinar la capacidad analítica que el concepto «identidad» ha tenido y tiene actualmente, y es por ello que los autores se aproximan a él poniéndolo sous rature, lo cual les sirve para resaltar que, a pesar de la ambigüedad idiosincrática que presenta el término, todavía resulta necesario para abordar el análisis histórico e historiográfico de los fenómenos identitarios. Supeditando, de esta manera, la identidad a «lo social» y «lo histórico», especialmente destacable resulta aquí el reclamo que en la obra se hace del concepto bourdesiano de «habitus», empleado para remarcar tanto el carácter holístico de las identidades como su carácter construido. A partir de estos bagajes teóricos y metodológicos, Cruz Andreotti y Machuca Prieto defienden que, en el infinito espectro de identidades que definen a una persona o colectivo, las de tipo étnico son construcciones particularmente sustentadas sobre un amplio trasfondo político supeditado a los poderes hegemónicos.

Cada vez más centrada en las identidades étnicas, el discurso de la obra nos conduce hacia las formas en las que el fenómeno colonial de los siglos xix y xx —y su reacción poscolonial— ha influido en la representación de los grupos étnicos, antiguos y modernos. En este punto, un planteamiento esclarecedor de los autores es que, a pesar de su insistencia en la ya alegada flexibilidad de las identidades, a la hora de acercarnos a las realidades coloniales del mundo antiguo, presididas notablemente por el contacto cultural y los procesos de hibridación —lo que supone una novedad respecto a las interpretaciones tradicionales—, no debe perderse de vista que la interacción entre colonizadores/conquistadores y colonizados no fue nunca simétrica. Con ello, entre otras cosas, Cruz
Andreotti y Machuca Prieto buscan enfatizar la performatividad de las heteropercepciones étnicas que hallamos en los autores clásicos, idea que sustenta la conocida aseveración del teórico poscolonial Frantz Fanon acerca de que «el alma negra es una construcción del blanco».

Los conceptos de «etnicidad» y «etnogénesis» son los que protagonizan el segundo capítulo de esta obra. Se abordan en él las diferentes interpretaciones que, una vez desechado el desfasado término de «raza» a mediados del siglo xx, han surgido en torno al fenómeno étnico. La aproximación honesta de los autores a este debate se sustenta en la aceptación, por su parte, de que no existe una única y exclusiva manera de entender «lo étnico». Parte de esta problemática se encuentra en la diversidad de enfoques existentes, desde el primordialismo a las visiones constructivistas de las últimas décadas, pasando por un instrumentalismo muy extendido. Todos ellos son abordados críticamente en la obra, resaltándose sus aportaciones, pero también sus límites. Los autores, en cualquier caso, se posicionan abiertamente dentro del paradigma constructivista, apostando por la historicidad absoluta de las identidades étnicas. En su visión se percibe no escasa influencia de los postulados del sociólogo francés Pierre Bourdieu, que les sirve para superar el tradicional dualismo entre objetivismo y subjetivismo a la hora de abordar los fenómenos de construcción étnica. A partir de aquí, el concepto de «etnogénesis», definido concisamente como el «procedimiento a través del que se generan y construyen las identidades étnicas» (pág. 48), se torna central. No obstante, más que una creación colectiva, los autores resaltan que en los procesos de etnogénesis surgen individuos que, asimilados con las élites, juegan un papel destacado de dirección en la construcción identitaria.

El continuum argumentativo lo encontramos en el tercer capítulo, que constituye un análisis, pero también una reflexión, sobre la operatividad de los conceptos y las aproximaciones que se han tratado con anterioridad aplicados a la Antigüedad. Es precisamente en este período cuando, por primera vez, «el conjunto de elementos que se han descrito para definir las identidades colectivas funciona en entornos o marcos estatales de forma articulada y precisa» (pág. 67). Los autores, siguiendo su exposición, apuntan hacia dos elementos: la geografía y la idea de ciudad —pólis/ciuitas—. Estos dos elementos serán, según la visión desplegada, los principales en el mundo antiguo para señalar, delimitar y establecer identidades, así como para definir las categorías dicotómicas «civilización» y «barbarie», cuya oposición constante y prolongada presidirá buena parte de los discursos identitarios en el mundo antiguo. Si el nacimiento de la Geografía antigua estuvo ligado a la definición y localización de identidades en el espacio, la identificación de la ciuitas como eje básico del sujeto-ciudadano resulta primordial a la hora de atender a los principios políticos que regirán la vida de este. La ciudad no será, sin embargo, el último eslabón «ordenador» en la Antigüedad, como bien mostraría el ejemplo griego, donde «estructuras supra-poliadas en forma de ligas o federaciones encuentran en el vínculo étnico su razón de ser y justificación» (pág. 69).

Sirve la cita anterior para resaltar que la etnicidad en el mundo antiguo no necesariamente quedará ligada a lo que tradicionalmente se ha llamado «raza», sino que queda sobre todo supeditada a «lo político». Manteniéndonos en el caso griego, sea aludiendo a lazos de parentesco —syngéneia—, bien mediante vecindad —sýnoikos—. los diferentes mecanismos identitarios necesitan forzosamente de un «otro». Aquí los autores utilizan la metáfora de como este, el otro, el bárbaro, funciona como espejo inverso del observador, que lo identifica como «el paradigma del peligro» (pág. 73).

Aunque la categoría política «bárbaros» aglutine un espectro de «otredades», de por sí inabarcables,
los autores, llegados a este punto, obligan al lector a reflexionar sobre las fuentes literarias. Se trate de Heródoto con su narración del lógos egipcio, de Tácito en su Germania o de Tucídides reconociendo a los pueblos locales de la Sicilia del siglo v a.C., encontraremos que las definiciones del «otro» y del «bárbaro» no siempre resultan equivalentes. Así, por un lado, tenemos a aquellos grupos étnicos que son paradigma de la barbarie, asemejados con la vida salvaje, tales como galos, germanos o escitas; por otro, tenemos a los bárbaros en declive, caso de los egipcios y los fenicios de Oriente y Occidente, que participan del orden poliado, pero que han acabado sometidos por una entidad civilizada superior, Roma.

De forma complementaria, los autores insisten en que «bárbaros» es una categoría político-identitaria construida, lo cual les conduce a la necesidad de recordar que la representación que de los diferentes grupos étnicos se hace en las fuentes grecorromanas no es siempre reflejo de la realidad histórica. Por el contrario, son «expresiones de parte» (pág. 74), usualmente de minorías adineradas, cultas y dirigentes que pretenden mediante la construcción de estos discursos reafirmar, reinterpretar, discutir o explicar sus valores. Es esta una advertencia metodológica que conviene tener en cuenta si no se quieren reproducir visiones artificiales y esencialistas a la hora de estudiar las identidades étnicas antiguas.

El cuarto capítulo (págs. 109-144) queda íntegramente dedicado al mundo griego, desde época arcaica al período helenístico. Recurriendo a sus propias palabras, en el inicio del mismo, los autores sintetizan su interpretación: «Hablar de una “identidad griega” o “romana”, cuando se hace, no es más que una reafirmación general de unos valores particulares que se usan, por lo demás, como arma arrojadiza frente al adversario de dentro o de fuera en los múltiples conflictos sociales o interestatales
que jalonan toda la historia antigua» (pág. 110).


Dicho lo anterior, se despliega a continuación un recorrido pormenorizado por la construcción identitaria en el mundo griego, la cual parte del concepto heleno de «pueblo» —éthnos—, polisémico a juicio de los autores. Este capítulo nos guía a través de una pregunta que rápidamente invade al lector: ¿qué es un éthnos? La primera respuesta nos acerca a Homero: en la Ilíada el término es utilizado tanto para un grupo de guerreros jóvenes como para un conjunto de pájaros y ovejas. Reincidiendo en el carácter polisémico de la palabra, su uso no estará necesariamente ligado a contextos identitarios, sino que por el contrario se aplica de formas diversas según las circunstancias. Siguiendo con Homero, los autores resaltan que, primeramente, «bárbaro» no era una etiqueta empleada para el sujeto salvaje no poliado, sino para el que hablaba mal el griego. En la Odisea, por su parte, fenicios y egipcios, ambos arrastrados hacia esta identificación, presentan el elemento interaristocrático y «civilizado» de la hospitalidad.

Los autores remarcan que las Guerras Médicas (490-479 a.C.) suponen un auténtico cambio de paradigma en la visión griega de la otredad. En este contexto, la diferencia con el otro, en este caso, los persas, es ya una diferencia política. Es ahora, y no antes, cuando por primera vez, se recurrirá a elementos como la historia y la religión para sustentar un discurso diferenciador, pero intencionalmente colectivo entre griegos, el cual, por lo demás, resulta «eficazmente agresivo» (pág. 125). Las identidades «antibárbaras» resultantes estarán legitimadas en base a la racionalidad, pese a que, en episodios traídos a colación en este capítulo, como las incursiones atenienses y conflictos en Sicilia durante la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), las acciones político-bélicas se desarrollen entre griegos. Este cuarto capítulo cierra con un análisis de las aportaciones que, desde otros contextos, como el fenicio, el egipcio o el judío, se produjeron en lo tocante a la difusión de la ideológica helenística, articulada en torno a una koiné mediterránea amplia, de ahí que Cruz Andreotti y Machuca Prieto prefieran hablar de «helenismos», decantando la palabra en plural, no en singular.

Los dos últimos capítulos quedan titulados como «Etnicidad e identidad en el mundo romano» (págs. 145-198) y «La barbarie más allá de las fronteras. Una taxonomía de la barbarie» (págs. 199-228). El primero de ellos, el quinto en el conjunto de la obra, sigue un esquema similar al cuarto, ahora desde la perspectiva romana. En él se revisa críticamente el concepto de «romanización» como proceso civilizatorio, idea heredada de la historiografía nacional del Ochocientos. De esta manera, este quinto apartado deconstruye el modelo de Theodor Mommsen en favor de las nuevas lecturas sobre el fenómeno romanizador, poniendo el foco de atención en el papel de la agencia local y en la diversidad provincial, pero siempre bajo el marco superior de globalidad y movimientos centrípetos unitarios que supone el mundo romano-mediterráneo desde la República Media. Así, tras aportar múltiples ejemplos relativos a Hispania, las Galias, las provincias africanas, Egipto o Asia Menor, los autores concluyen que jamás existió una sola forma de «ser romano», como tampoco hubo, previamente, una vía exclusiva y única para llegar a serlo.

El sexto capítulo clausura este ensayo ofreciendo un cierre al discurso expositivo iniciado en el capítulo cuarto. Regresan los autores sobre el «bárbaro», a través de tres ejemplos paradigmáticos: los escitas —los diferentes—, los persas —los enemigos— y los egipcios —los admirados—. Desde Homero hasta Amiano Marcelino, pasando por Heródoto, Hipócrates, Posidonio, Agatárcides y Tácito, los autores diseccionan el papel jugado por los bárbaros en la literatura grecolatina, para certificar que «siempre están ahí». Y lo están, siguiendo el análisis de los autores, para reforzar la autodefinición colectiva por parte primero de los griegos y luego de los romanos, que usarán la barbarie como recurso ideológico y justificador de sus conquistas. En estas páginas finales, pues, se retoma la idea especular del «otro», necesaria para la reafirmación de posiciones propias. Una muy sugerente pregunta recorre implícitamente este último capítulo: ¿hubieran sido posibles las expresiones de identidad étnica griegas y romanas sin la existencia de la barbarie?

El libro concluye, como es preceptivo, con un epílogo, breve como el preámbulo, pero igualmente rotundo, cargando las tintas contra las lecturas esencialistas que todavía persisten tanto dentro como fuera del ámbito académico en torno a las identidades del pasado. Cruz Andreotti y Machuca Prieto nos emplazan a seguir profundizando en su estudio, pero huyendo de cualquier familiaridad con las mismas. También, por tanto, nos invitan a repensarlas: el análisis de las identidades étnicas antiguas, de su empleo y de su funcionamiento, de sus finalidades, debe alejarse, según el planteamiento de los autores, de aquellas posiciones contemporáneas que pretenden imbuir a las actuales sociedades de unas esencias inalterables que alimentan la idea de características seculares y diferencias atávicas con el «otro», sea este un persa, un cristiano protestante o una persona migrante. El precio pagado por el conjunto de la humanidad durante las dos últimas centurias, justamente en base a la defensa a ultranza de una identidad diferencial que hunde sus raíces en el pasado más ancestral, debería bastar como argumento. Como frecuentemente no ocurre así, este ensayo es, por su contenido, su análisis y sus reflexiones, una obra muy oportuna y necesaria para recordar que la emergencia de identidades colectivas tiene las más de las veces un propósito fundamentalmente político, en el que papel de las élites y los grupos dirigentes juegan un importante rol ya desde la misma Antigüedad.


Finalmente, el libro de Cruz Andreotti y Machuca Prieto sobresale también por llenar un vacío historiográfico dentro de la investigación en castellano. Incluido dentro de la renovada colección de ensayos históricos de la editorial Síntesis, la obra constituye una edición cómoda para el uso y consulta del lector, compacta, elegante en su presentación, cuyo texto ricamente elaborado se intercala con imágenes y mapas. Al final de la misma, encontramos una selección de fragmentos literarios clásicos que, acompañados de preguntas a modo de comentario guiado, son un excelente recurso de orientación didáctica. Debe agradecerse a los autores el gran bagaje bibliográfico que la obra presenta, accesible al completo a través de la página web de la editorial Síntesis, así como su denotada intencionalidad de que el volumen sirva como herramienta para el alumnado universitario.
En conclusión, Gonzalo Cruz Andreotti y Francisco Machuca Prieto ofrecen en Etnicidad, identidad y barbarie en el mundo antiguo no solo una obra de obligada referencia, sino también una obra que está llamada a convertirse en una de las más certeras aproximaciones al tema de las identidades que han visto la luz en los últimos años.

Antonio Fernández Tirado
Universidad de Málaga
antonioferti94@gmail.com
https://orcid.org/0000-0003-2135-5268
DOI: https://doi.org/10.1387/veleia.23691

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