La culpa de la mujer está en el corazón del mito bíblico y en el corazón de la ley del Estado. La mujer está destinada a ser la encargada, en la organización del Estado, de preservar la reserva afectiva de las relaciones de poder.
Esa gran disponibilidad para el amor se traduce en una mayor capacidad para amar, es una ventaja extraordinaria, el problema viene cuando implica necesariamente que la culpa, en su aspecto más persecutorio, tenga solo nombre de mujer y su cuerpo la encarne.
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